Estimado Director:

Quien le escribe se siente muy honrado de haber sido invitado a participar en la investigación que, sobre el legado del Dr. Mario Emilio Dihigo Llanos, dirigió el Dr. Víctor G. Ferreira Moreno, presidente de la Cátedra Dr. Francisco Domínguez Roldán, de la Universidad de Ciencias Médicas de Matanzas, y donde participaron, además, los doctores en Ciencias García Dihigo, Calvo Oliva y Arencibia Fleitas. Las consideraciones que se presentan en esta carta no antagonizan con el resultado de esa investigación, publicado en la Revista Médica Electrónica, vol. 43, no. 4.¹ Comparto, en consecuencia, las múltiples razones que condujeron al Dr. Ferreira a la inclusión de cada uno de los autores, al igual que los criterios vertidos en la investigación.

Han pasado casi seis décadas desde aquellos inolvidables momentos de la vida estudiantil en la Escuela Normal para Maestros de Matanzas, y, por ende, los detalles acerca de vivencias, impresiones y anécdotas se difuminan, se desdibujan bajo la acción implacable e irreversible de la pátina del tiempo. De ahí que decidiera consultar las memorias de algunos condiscípulos, también alumnos del profesor Dihigo. Los criterios, opiniones y valoraciones fueron, felizmente, coincidentes.

La presencia del Dr. Dihigo en el aula, por sí sola, inspiraba respeto, no porque tuviera rostro adusto o adoptara posiciones impositivas. Muy por el contrario, era comedido, circunspecto, de hablar pausado y mesurado, de trato afable. Su porte y aspecto eran impecables, se mantenía enhiesto y elegante, a pesar de estar frisando en los setenta años. Solía vestir bata sanitaria a la hora de impartir docencia, aunque también utilizaba traje o saco.

Respecto al uso de la bata, vale la pena una breve digresión dirigida a las nuevas hornadas de maestros y profesores. A lo largo de la República neocolonial y hasta principios del período revolucionario, los educadores cubanos de los distintos tipos y niveles de enseñanza usaban, para impartir docencia -aunque no de manera absoluta-, la bata sanitaria, un hábito que, lamentablemente, se ha perdido.

El profesor Mario Dihigo impartía la asignatura Anatomía, Fisiología e Higiene. Sus clases eran muy amenas e interesantes. En ellas se conjugaban dialécticamente sapiencia, vasta cultura, la rica y fecunda experiencia como profesional de la Medicina y una sólida maestría pedagógica. Fue una de las figuras más relevantes de la Escuela Normal para Maestros de Matanzas Don Carlos de la Torre y Huerta, reputada como de las mejores de su tipo en el país, especialmente a partir de la composición de su claustro de profesores, entre quienes se encontraban varios cuya labor pedagógica, obras y libros de texto escritos, gozaban de inmenso prestigio en el exterior, principalmente en naciones del subcontinente latinoamericano y caribeño. En otras palabras, el Dr. Mario Emilio Dihigo Llanos dejó una impronta indeleble en las generaciones de maestros matanceros que contribuyó a formar. Fue un excelente maestro de maestros.

En lo que respecta al título y la esencia del contenido del artículo, quien le escribe ha reflexionado mucho acerca del legado mayor. Resulta harto difícil, al contrastar su legado científico-teórico documental -tangible, del cual es contentiva la revista Médica- con su legado intangible, espiritual -también científico, académico y como formador de hombres y formador de formadores-, inclinarse por uno u otro. Es preferible concebir su legado de manera holística, con una justa ponderación de sus distintas facetas, lo que no implica, de ningún modo, desconocer e irrespetar la evidente opinión mayoritaria a favor de Médica. Por esas razones, el título original del manuscrito fue concebido con signos de interrogación. ¿No sería más preciso interpretar y calificar a Médica como legado excepcional y extraordinario?