ARTICULO DE REVISIÓN
Usos diversos de los epónimos en Medicina
Various uses of eponyms in Medicine
Dr. José Fernando Placeres Hernández,I Dr. Diego Hernán Olver Moncayo,II Dra. Samira Abdala-Jalil Barbadillo,II Dra. Germania Mariana Rosero Mora,II Dr. Raúl Jonnathan Urgilés CaleroII
I Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Guayas, Ecuador.
II Centro de Salud 25 de enero. Zona 8, Distrito 09D01. Post-gradista de Medicina Familiar y Comunitaria, Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Guayas, Ecuador.
RESUMEN
Los epónimos vienen siendo utilizados desde hace siglos. Su uso habitual constituye una de las características del lenguaje de las ciencias médicas y está extendido a todas las especialidades, formando parte de su cultura y de la historia de la Medicina. Se abordan los epónimos en el campo de varias especialidades médicas, así como el debate científico a favor y en contra de su uso, considerando que no son pocas las voces que apoyan su erradicación total; esto es algo que todavía resulta difícil pensar, ya que se cree que los epónimos aportan más de lo que podrían ofrecer otros recursos lingüísticos. Se reconoce la existencia de epónimos cubanos, que no se han estudiado lo suficiente.
Palabras clave: epónimos, lenguaje científico, terminología médica, ciencias médicas, historia de la Medicina.
ABSTRACT
Eponyms have been used during centuries. Their common use is one of the characteristics of the medical sciences language, reaches all the specialties, and is part of the Medicine culture and history. The use of eponyms in the field of several medical specialties is approached and also the scientific dispute in favor or against their use, taking into consideration that no few voices back their total eradication; it is still something difficult to understand because it is believed that eponyms are more fruitful than what is offered by other linguistic resources. The existence of Cuban eponyms that are still not sufficiently studied is recognized.
Key words: eponyms, scientific language, medical terminology, medical sciences, history of Medicine.
INTRODUCCIÓN
Es conocido que el uso de los epónimos está muy extendido en el lenguaje científico.(1,2) Muchos de los epónimos que se utilizan actualmente, provienen de la época en que surgió la ciencia moderna, en torno a los siglos XVI-XVII, que es cuando se produjo la llamada revolución científica. Sin embargo, la eponimia no es un fenómeno reciente, sino que se ha producido desde la antigüedad. De hecho, algunos de los epónimos más antiguos, datan del primer y segundo milenio antes de Cristo (a. C.). Se han conservado listas de epónimos de los utilizados en el calendario de los asirios, en el que cada año era dedicado a un funcionario de la corte, algunas de las cuales se remontan al año 1200 a. C.(2,3)
En ciertos campos, la eponimia tiene buena acogida, como en el de la historia natural, cuya nomenclatura se basa en un sistema de denominación binomial y que acepta que el descubridor de una especie la bautice con su nombre. Por ejemplo, Escherichia coli proviene de Theodor Escherich, pediatra que se dedicó al estudio de la bacteriología. Charles Darwin también quedó inmortalizado en multitud de epónimos referidos a especies animales y vegetales, como Rhinoderma darwinii o “ranita de Darwin”, Tarentola darwinii o “salamanquesa de Darwin”, Cyttaria darwinii u “hongo de Darwin”.(2) En los campos de la física y las matemáticas, los investigadores se muestran más indiferentes en lo que respecta a la terminología. No existe una regulación terminológica como tal, al contrario de lo que ocurre en química, donde la International Union of Pure and Applied Chemistry (Unión Internacional de Química Pura y Aplicada, IUPAC por sus siglas en inglés) ha establecido unas reglas básicas de nomenclatura.(2)
Por otro lado, el uso de epónimos no se limita exclusivamente al área de la ciencia, sino que estos también se asignan con frecuencia a todo tipo de realidades. La eponimia geográfica es particularmente abundante, pues se asocian nombres de personas a calles, pueblos y ciudades (“Alejandría”, en honor a Alejandro Magno), ríos (“río Hudson”, en homenaje al explorador inglés Henry Hudson), montañas (“Everest”, en honor a Sir John Everest), países (“Bolivia”, en homenaje al libertador Simón Bolívar) o aeropuertos. (Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, “Benito Juárez”) En cualquier otro ámbito de la vida también se puede encontrar epónimos; por ejemplo, en los meses: “julio” proviene del emperador Julio César, y “agosto” de Augusto César; en los días de la semana, “martes”, proviene del planeta Marte y “miércoles”, de Mercurio. En el ámbito culinario, la famosa tarta de chocolate vienesa, la “tarta Sacher”, recibe su nombre de Franz Sacher, pastelero austríaco; y en cualquier elemento de la cultura popular. Sin ir más lejos, el “saxófono” o saxofón, recibe el nombre de Adolphe Sax. Matteson y Woywodt, mencionados por Esteban Arrea,(2) consideran que, de hecho, la eponimia es un fenómeno tan frecuente que algunos epónimos ya no llevan mayúscula, puesto que se han incorporado completamente al lenguaje de cada día; por tanto, los epónimos están presentes en todos los campos del conocimiento y de la vida.
En las ciencias en general, es extremadamente común que los descubridores bauticen con su apellido teorías, teoremas, leyes, hipótesis: “ley de Pareto”, “teorema de Pitágoras”, “hipótesis de Riemann”; enfermedades y síndromes: “síndrome de Turner”, “síndrome de Klinefelter”; inventos: “mechero Bunsen”, “motor Diesel”, etc. En el campo de las humanidades no está tan extendido, pues a los pintores, músicos y artistas en general, se les utiliza menos, para designar sus obras.(2) Aunque también es relativamente común escuchar decir al observador de una pintura: “…es un “Dalí”.
Son muchos los diccionarios enteramente dedicados a la recopilación de epónimos en el lenguaje de las ciencias.(4) En el sitio web "whonamedit.com", se encuentran más de 15 000 epónimos.(4)
Una de las características del lenguaje médico, es el uso habitual de epónimos o términos construidos sobre nombres propios.(1,2,5) Los epónimos son muy frecuentes en los textos y otros materiales bibliográficos de las ciencias de la salud y una parte fundamental del lenguaje y de la cultura histórica de los médicos y otros profesionales de ese sector, ya que numerosas personas han dado nombre a enfermedades, síndromes y signos, partes anatómicas y procesos fisiológicos y patológicos.(1,2,5)
Considerando que el uso de los epónimos constituye un fenómeno muy extendido en las ciencias médicas y en la Medicina en específico, se decidió realizar esta revisión.
MATERIALES Y MÉTODOS
Se realizó una búsqueda en publicaciones seriadas de instituciones nacionales e internacionales a través de la Biblioteca Virtual de Salud de Infomed, en las bases de datos Cumed, Medline, Ebsco, Hinari, Scielo regional y Scielo Cuba, así como en diferentes libros de texto en formato impreso, publicados entre los años 2006 y 2016; la mayoría de ellas eran de los últimos cinco años, aunque algunas fueron incluidas independientemente de la fecha de haber sido publicadas por la trascendencia de su contenido y su relación con el tema.
La búsqueda incluyó las palabras claves: epónimos, lenguaje científico, terminología médica, ciencias médicas, historia de la medicina.
Se organizaron los resultados clasificándolos por temas y se analizaron de forma independiente. La información fue resumida utilizando el paquete de programas Microsoft Office 2013.
DISCUSIÓN
El término epónimo proviene del vocablo griego επι- (epi = encima, sobre) y ωνυμος (onomos = nombre). El diccionario de la Real Academia Española define un epónimo como “el nombre de una persona o de un lugar que designa un pueblo, una época, una enfermedad, una unidad, etc.”(6,7)
La eponimia, al contrario de lo que pueda parecer, no ha constituido un fenómeno de moda, pasajero, sino que está bien asentado a pesar de las críticas que pueda recibir por algunos. Chukwu, citado por Esteban Arrea,(2) considera que los epónimos, cuando los han acuñado los científicos colegas del descubridor, han servido para reconocer los méritos de los que contribuyeron de manera significativa al progreso de una disciplina; por el contrario, cuando el epónimo lo ha acuñado el propio descubridor, el proceso se inscribe más bien en el marco de la lucha por el poder científico.
Merton,(2) cree que una de las formas de reconocimiento de más tradición y de mayor peso es precisamente la eponimia. Hay científicos cuyo trabajo se considera tan relevante para el progreso del pensamiento científico universal o han ejercido tanta influencia que incluso han dado nombre a periodos completos de la historia, como es el caso de Newton: “física newtoniana”, “leyes de Newton”, “binomio de Newton”, “newton” como medida del Sistema Internacional (SI); Darwin: “darwinismo”; Freíd: “pensamiento freudiano”. Además, distingue otra forma particular de reconocimiento, que consiste en que una disciplina recibe el nombre del científico que primero le dio forma: “medicina Hipocrática”, “lógica Aristotélica”, “álgebra booleana”.(2) Los estudiosos de este tema consideran que existen, al menos, tres inconvenientes notorios tradicionalmente asociados a los epónimos: la homonimia, la sinonimia y la polisemia. La homonimia: epónimos que, teniendo distinto significado, se escriben o pronuncian igual. Por ejemplo, el método de Abbot, que se refiere tanto a un método de coloración, como a un método de tratamiento de la escoliosis, y tienen como génesis dos autores diferentes.(1)
Por “sinónimo” se entiende “un vocablo o una expresión que tiene una misma o muy parecida significación que otro”.(1,2,5) La sinonimia es un fenómeno ampliamente asociado a la eponimia, a pesar de oponerse a uno de los principios fundamentales del lenguaje científico, que es la univocidad. Es decir, que por cada concepto haya un único término. Son epónimos que nombran una misma realidad y, por lo tanto, expresan un mismo significado. Este fenómeno es particularmente frecuente en medicina, dándose el caso, incluso, de que una enfermedad pueda denominarse con 20 ó 30 sinónimos diferentes. Esta abundancia excesiva de voces para designar un solo concepto está íntimamente relacionada con los complejos mecanismos que hay detrás de todo descubrimiento. Un ejemplo característico es la sinonimia que existe entre los epónimos que se emplean para designar el bocio exoftálmico, debido a las diferentes denominaciones que existen en cada país para la enfermedad: “enfermedad de Graves”, “enfermedad de Basedow”, “enfermedad de Flajani”, “enfermedad de Basedow-Graves”, “enfermedad de Graves-Basedow”, “enfermedad de Parry” y “enfermedad de Parsons”.(1,2)
Por “polisemia” se entiende la “pluralidad de significados de una palabra o de cualquier signo lingüístico”.(2,5) Por ejemplo, es bien conocido que, en el lenguaje médico, la expresión eponímica “signo de Babinski”, está asociada con varios signos neurológicos distintos. Otros ejemplos de interés podrían ser la “enfermedad de Abrami”, que tiene tres acepciones distintas: se puede referir a la “ictericia hemolítica adquirida”, al “síndrome enterohepático” y a la “poliesclerosis”; o la “enfermedad de Charcot”, que puede significar “claudicación intermitente”, “esclerosis lateral amiotrófica”, “artropatía diabética” o bien “reumatismo articular crónico”.(2,8) Otro ejemplo se plantea en la enfermedad de Paget, como osteítis deformante, y enfermedad de Paget, como tipo de cáncer mamario.(1)
Existen argumentos a favor y en contra del uso de los epónimos en medicina. Los que están de acuerdo con ellos, consideran su uso como algo tradicional; piensan que su empleo facilita la comunicación entre especialistas, puesto que son económicos desde el punto de vista lingüístico. Suelen ser sencillos y descriptivos, y en ocasiones resultan más fáciles de utilizar que los términos acuñados según las recomendaciones de la nomenclatura científica. De este modo, se facilita a su vez la comunicación entre especialistas de distintos países y especialidades.(2,9,10)
Otro argumento que se esgrime a favor del uso de epónimos en el ámbito médico, es que ocultan aspectos desagradables de una enfermedad, es decir, actúan como elementos eufemísticos. Así, se prefiere emplear “síndrome de Down” en lugar del término “mongolismo”con el propósito de evitar las connotaciones racistas. De la misma manera, es más sensible emplear la expresión “síndrome de Hurler” que “gargolismo”. También se prefiere el uso de “enfermedad de Hansen” a “lepra”.(2)
Los autores con argumentos en contra de los epónimos consideran que su uso no está justificado y por tanto se deben evitar e incluso, erradicarlos. Opinan que sería más oportuno utilizar términos construidos de acuerdo con la nomenclatura científica normalizada. Tal es el caso de Woywodt y Matteson,(11) los cuales toman el ejemplo de Hans Reiter. Durante años el epónimo “síndrome de Reiter” había pasado desapercibido pues nadie se había preocupado de estudiar la vida del hombre que dio nombre al síndrome. Cuando se descubrió su vinculación con el régimen nazi, comenzaron a plantearse debates en el seno de la comunidad médica, sobre si era ético mantener el epónimo; situación similar ocurrió con la enfermedad de Wegener o granulomatosis con poliangeítis, (GPA) como se le denomina actualmente(2,10,12,13), y otras.
González López(9) ha planteado que siempre los conflictos destapan lo mejor y lo peor del género humano y los médicos no son ajenos al devenir de la historia. Pero el uso de los epónimos no deja de ser una estigmatización o despersonalización para muchos y señala: "…parecería que la persona ya no es un enfermo que tiene una enfermedad, sino un síndrome de …, y que se obviaran todos los aspectos psicológicos, biológicos, sociales y familiares que comportan el hecho de enfermar".(9) Por ello, algunas sociedades científicas, de diferentes especialidades, han abogado por el cambio de nombre de dichas entidades, e inclusive, como ya se ha dicho, hay autores que quieren eliminar todos los epónimos, pero no todos comparten igual criterio.(2,12,14,15)
Serra Valdés,(15) está a favor de conservarlos y manejar el dualismo lingüístico, pues la historia de la medicina es muy rica y debe ser conocida por los profesionales médicos de las diferentes especialidades y por qué no, en la etapa de formación de los estudiantes y en la educación de postgrado. Además, está de acuerdo en que aquellos personajes de la medicina en su época, sobre todo anglosajones, franceses, alemanes, españoles, norteamericanos, austríacos, entre otros, aportaron algo muy significativo, pues fueron grandes estudiosos, con mucho menos recursos que en la era moderna, e hicieron descripciones asombrosas de enfermedades, síndromes clínicos, signos exploratorios en la semiología, técnicas de laboratorio clínico y microbiología, farmacología y otros, por mencionar sólo algunas.(7,15)
Investigadores del tema, como Jana y colaboradores, consideran que, si se produce un error al escribir el epónimo, como la omisión de una coma o un apóstrofe, se puede complicar la indización de los artículos en las bases de datos bibliográficas, generando aún mayor confusión. Se refiere también a la no utilización de la forma posesiva en los epónimos médicos en inglés; así, en inglés sería preferible utilizar Down Syndrome, en lugar de Down’s Syndrome.(2,16)
Otra dificultad referida es la omisión de alguno de los investigadores. Por ejemplo, el Síndrome de Guillain-Barré-Strohl, es un trastorno poco común, que hace que el sistema inmunológico ataque al sistema nervioso periférico.(2,17) Los primeros en realizar una descripción clínica del trastorno fueron Auguste François Chomel en 1828, James Wardrop en 1834 y Robert James Graves en 1848. En 1859, Landry de Thézillat describió varios casos de parálisis. Georges Guillain, Jean Alexandre Barré y André Strohl, por su parte, describieron determinados síntomas en dos soldados en 1916. Guillain examinó a los hombres, aunque fue Strohl el que introdujo la auténtica novedad, investigando el líquido espinal y realizando un test electrofisiológico. Fue Draganesco quien primero empleó el epónimo “síndrome de Guillain-Barré”, olvidándose de Strohl y de otros investigadores, como Landry de Thézillat.(2,18)
La enfermedad de Graves-Basedow, constituye un trastorno autoinmune que provoca hiperactividad de la glándula tiroides.(2,17) El primer especialista que identificó un cuadro clínico del trastorno fue Caleb Hillier Parry, en 1786. Los primeros en describirlo fueron Giuseppe Flajani en 1802, Antonio Giuseppe Testa en 1810, Robert James Graves en 1835 y Karl Adolph von Basedow en 1840. En el ámbito germano es más común la referencia a “enfermedad de Basedow”, mientras que, en el mundo anglosajón, se prefiere la utilización de “enfermedad de Graves”.(2,18) En cualquier caso, actualmente se utilizan indistintamente los siguientes epónimos sinónimos: “enfermedad de Basedow”, “enfermedad de Graves”, “enfermedad de Graves-Basedow”, “enfermedad de Basedow-Graves”, “enfermedad de Flajani”, “enfermedad de Parry”, “enfermedad de Parson”.(2)
Los epónimos son a menudo criticados por su falta de exactitud histórica, prestando por ello un tributo inmerecido a quienes no fueron los verdaderos descubridores. La historia de la medicina está llena de ejemplos de personas que describieron una enfermedad, mucho antes de que lo hiciera aquel a quien finalmente se le adjudicó el descubrimiento. Por ejemplo, Collins Brodie describió la enfermedad de Reiter 100 años antes de que lo hiciera Reiter.(5,19)
También se menciona que en distintos países se usan diferentes epónimos; por ejemplo, la arteritis de células gigantes es la enfermedad de Morbus-Horton en Alemania, de Horton en Francia y es un epónimo prácticamente desconocido en los Estados Unidos de América. Un mismo epónimo se usa para referirse a enfermedades distintas; enfermedad de Quervain para la tendovaginitis de la mano, así como para una rara afección tiroidea. O bien, los apellidos se deletrean de distinta manera; la espondilitis anquilosante de Bechterew en Alemania es deletreada de Bekhterew en otros países, mientras es denominada enfermedad de Marie Strumpell en otras partes del mundo.(1,11)
Aleixandre y otros autores españoles argumentan que, en ocasiones, el epónimo no se refiere a descubridores o inventores, sino que, por asimilación, también pueden considerarse epónimos las entidades geográficas o topónimos, como «fiebre de Malta», también conocida como «fiebre mediterránea», que cursa con fiebre muy intensa, con temperatura irregular y sudores abundantes, de larga duración y frecuentes recaídas; la «fiebre del Ébola» y «lesbianismo», procedente etimológicamente de la isla griega de Lesbos, famosa por ser la patria de la poetisa Safo, cuyos poemas describían su amor apasionado hacia sus compañeras, y que dio origen al moderno término «lesbianismo».(5)
Igualmente, exponen que algunos provienen de la literatura popular, como el «síndrome de Alicia en el país de las maravillas». La obra Alicia en el país de las maravillas, publicada en 1865 por Charles Lutwidge Dodgson bajo el seudónimo de Lewis Carroll, narra cómo Alicia aumenta o disminuye repentinamente de tamaño cuando ingiere ciertos alimentos. En 1955, Todd describió un trastorno ilusorio de la imagen corporal que denominó «síndrome de Alicia en el país de las maravillas», aunque en la literatura médica se lo conoce como «síndrome de despersonalización-desrealización». Otros casos también provenientes de la literatura popular, son el «síndrome de Pickwick», el «enanismo de Walt Disney», el «síndrome cenicienta» y el «síndrome de Peter Pan».(5)
También se describen epónimos animales, algunos de los cuales son considerados curiosos; muchos de ellos aparecen en la especialidad de dermatología. Autores indios se refieren a la «facies leonina”, presente en la lepra y a la «ictiosis lamelar», en la que la piel se vuelve seca, formando láminas que recuerdan las escamas de un pez. (ichthy proviene del griego y significa pez).(5,20)
Goic,(21) ha planteado que, para el caso de la medicina, en el simple enunciado de un epónimo existe un vacío intelectual perturbador si no se vincula al conocimiento de la biografía de su autor, su nacionalidad, su especialidad, las circunstancias de su vida y de la medicina de su época. Considera que esas personalidades que han ido dando nombre a síntomas, signos, síndromes y enfermedades, con el uso de sus sentidos y la observación atenta de los enfermos, fueron construyendo paso a paso la semiología, una disciplina fundamental en el arte médico.(1,16) Se ha llegado a decir que la semiología «no es la gramática de la medicina, sino que la medicina misma».(21)
La Reumatología, especialidad derivada de la medicina interna y con la cual se relaciona estrechamente, muestra varios ejemplos de cómo se puede utilizar un epónimo incorrectamente para denominar una exploración o una entidad clínica, con el consiguiente problema de unir actuación médica o quirúrgica a un epónimo no correcto: maniobra de Adson, prueba de Shober, síndrome de Wohlfart-Kugelberg-Welander, síndrome de Reynolds, síndrome de Reiter, fenómeno de Raynaud, síndrome de Perthes-Calve-Legg, síndrome de Osler-Libman-Sacks, síndrome de Caplan, síndrome de Felty, entre otras. Inicialmente pudo describirse de una manera y con el avance científico y el desarrollo de la especialidad se pudo ir modificando. No obstante, el hecho es que la tradición y el uso han impuesto su empleo en medicina y demostrado su utilidad en la práctica clínica cotidiana.(15,22,23)
En Pediatría son comunes los epónimos para describir síndromes de causa genética, como el síndrome de Down (trisomía 21), el síndrome de Patau (trisomía 13), el síndrome de Edwards (trisomía 18) y el síndrome de Martin-Bell (síndrome del cromosoma X frágil). También son muy conocidos otros como el síndrome de Asperger, trastorno de la infancia que se asemeja al autismo; el síndrome de Ehlers-Danlos, distrofia hereditaria del mesénquima, caracterizada por hiperlaxitud articular; la anemia de Fanconi, enfermedad hereditaria caracterizada por defectos congénitos, retraso pondero-estatural, anemia, anormalidades en la piel, brazos, cabeza, ojos, riñones y oídos, además de alteraciones del desarrollo; la enfermedad de Kawasaki, enfermedad idiopática y multisistémica, caracterizada por una vasculitis que afecta a los vasos de pequeño y mediano calibre, especialmente a las arterias coronarias, que suele asociarse a algún síndrome muco-cutáneo; el síndrome de Marfan, trastorno del tejido conjuntivo que afecta, sobre todo, a los sistemas musculo-esquelético y cardiovascular y a los ojos, complexión asténica, con estatura alta, largos brazos y manos.(5,23)
En la Urología también existen varios epónimos. Al revisar la literatura se encontró que las estructuras del sistema reproductor son nombradas de diferentes formas. En muchas ocasiones se denominan por medio de epónimos: células intersticiales o de Leydig, trompas de Falopio o trompas uterinas, células de Sertoli, glándulas de Skenne o parauretrales, glándulas de Bartolino o vestibulares mayores, folículo de DeGraff o folículo maduro, glándulas de Cowper o glándulas bulbo-uretrales, conducto mesonéfrico (Wolff) y paramesonéfrico (Müller), entre otros.(24-26)
Asociados o relacionados con trastornos del sistema reproductor, existen también muchos síndromes nombrados con epónimos;(24,26,27) entre los más frecuentes están: Síndrome de Prader-Willis, Síndrome de Robinow, Síndrome de Charge, Síndrome de Swyer, Síndrome de Turner, quiste de Gartner en la vagina, Síndrome de Klinefelter y otros.
Son las Ciencias Morfológicas donde se aprecia una de las mayores controversias en el uso de epónimos, pues los especialistas de las ciencias básicas, desde hace más de 100 años, tratan de unificar la terminología que utilizan y no lo han logrado, entre otras razones, por la amplitud y la diversidad de términos utilizados. No son pocos los morfólogos que se oponen al empleo de epónimos en Anatomía, Histología y Embriología. En la actualidad se tiende a eliminar los nombres propios y limitarse a una terminología de índole más descriptiva que se base en los conceptos de la Nomenclatura Anatómica Internacional.(23,27-29)
Según Araujo,(29) son muchos los posibles errores al referirse a una estructura en las ciencias morfológicas y en muchos casos, el uso de los epónimos ni siquiera le hacen honor al investigador o no han podido ser registrados con un término equivalente en latín de la terminología anatómica mundial. La tendencia actual en el estudio de la morfología es reemplazar la utilización de epónimos por términos que le den al disertador una idea más clara de lo que está descrito y pueda recordarlo mediante la asociación de los conceptos anatómicos actualizados.
En varios eventos internacionales, como los Simposios Ibero-Latinoamericanos de Terminología (SILAT), iniciados en el año 2009 por la Asociación Panamericana de Anatomía (APA), se ha tratado el tema, bajo la premisa de que la terminología de las ciencias morfológicas se emplee de forma clara y precisa en las instituciones educativas de Medicina y de las ciencias médicas en general, de habla hispana y portuguesa. No obstante, estos esfuerzos se consideran aun insuficientes, ya que no sólo se debe promover su uso, sino que también es necesario trabajar en conjunto entre los morfólogos para resolver problemáticas originadas, fundamentalmente, debido al uso de diversos términos en la denominación de una misma estructura. Así, es prioritario unificar y actualizar los términos morfológicos para evitar confusiones, facilitando el proceso enseñanza-aprendizaje en este campo en especialidades como la Anatomía, la Histología y la Embriología Humanas.(27,30,31) Muchos de estos epónimos son utilizados en los textos de Histología como el Junqueira & Carneiro,(32) el de Morfofisiología del colectivo de autores cubanos,(33) Samar,(34) Ríos,(35) Leeson, entre otros.(36)
Uno de los mayores debates dentro y fuera de la comunidad morfológica, se ha establecido con relación al uso de los epónimos y la propuesta de su eliminación, a fin de evitar un lenguaje ambiguo en las ciencias biomédicas. Dentro de la terminología embriológica, el conducto de Gartner es una estructura derivada del conducto mesonéfrico, presente en la mujer y de gran interés ginecobstétrico debido a sus posibles complicaciones patológicas; pues se ha propuesto modificar las denominaciones de los derivados del conducto mesonéfrico, así como su denominación.(37)
En la literatura, se reconoce la existencia de epónimos cubanos, que demuestran su utilidad en la práctica clínica cotidiana y constituyen un justo homenaje a la sagacidad clínica y capacidad de observación de sus descubridores, aunque el autor considera, que debe continuarse el estudio de los mismos. Joaquín Albarrán, por ejemplo, realizó aportes a la morfología, relacionados con el esfínter de fibras musculares al nivel del ángulo peno-escrotal y sus conexiones con la vejiga y con la próstata; describió y reseñó los túbulos glandulares de la región prostática de la uretra, las relaciones anatomopatológicas de la cápsula de la próstata con estructuras vecinas, etc., y otros relacionados con la anatomía y topografía de las glándulas suprarrenales, la histología de la cápsula renal, el desarrollo de los dientes permanentes, entre otros muchos aportes a la urología, la cirugía y la medicina en general.(38)
Antonio César Béguez, en 1943, identificó y describió en Cuba una enfermedad denominada mundialmente como síndrome de Béguez-Chediak-Higashi. El artículo donde se describe la neutropenia crónica maligna familiar fue publicado en el Boletín de la Sociedad Cubana de Pediatría, en el mes de enero de 1943.(38)
Uno de los epónimos cubanos más conocidos y mencionados en la actualidad, es el “Sistema de fijadores externos RALCA”, cuyas siglas identifican al inventor principal de este modelo de fijadores externos, el profesor Rodrigo Álvarez Cambras, uno de los más grandes especialistas de ortopedia y traumatología de Iberoamérica y del mundo.(39)
CONCLUSIONES
El uso habitual de epónimos o términos construidos sobre nombres propios constituye una de las características del lenguaje de las ciencias médicas y está extendido a todas las especialidades médicas. Existen argumentos a favor y en contra del uso de los epónimos en medicina y las ciencias médicas en general. En el momento actual no son pocas las voces que apoyan la erradicación total de los epónimos del lenguaje de las ciencias médicas; eso es algo que todavía resulta difícil pensar, ya que se considera que los epónimos, por su uso extendido y tradición entre otras razones, aportan más de lo que podrían ofrecer otros recursos lingüísticos. Se ponen como ejemplo, algunos epónimos cubanos, los cuales no se han estudiado suficientemente.
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Recibido: 4 de abril de 2017.
Aprobado: 11 de octubre de 2017.
José Fernando Placeres Hernández. Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Guayas, Ecuador. Correo electrónico: placeres.mtz@infomed.sld.cu
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